lunes, 15 de junio de 2015

Apuntes vespertinos para no olvidar

No es más que la noche que se cierne sobre nuestras cabezas.
No es más que la sublime actuación del entorno que
recibe la oscuridad con agrado. 

La tormenta amenaza con grandilocuente interpretación,
aunque solo amenaza. 
Y los pájaros que juegan entre las ramas
recuerdan a los niños pequeños que no quieren ir a la cama, 
como si algo interesante que fuese a suceder se perdieran
con el sueño que todo lo arregla. 

Días de injusticia, de rabia e impotencia,
que unas palabras pequeñas arreglan
solicitando con empeño un beso pequeño, tan inmenso como el mar. 

Y días que se transforman en días de ternura, 
que al recuerdo un sonido traen de
un viaje sin retorno,
de un  eterno transitar de neumáticos en el asfalto nocturno
en la noche de Madrid,
en un tiempo ya tan lejano, 
y tan difícil de olvidar,
(¿desear olvidar no es morir un poco?)
Un arcoiris, una tarde de lluvia serena en primavera
a la que el Sol se niega a abandonar,
con el corazón lleno de un primerizo amor. 

A menudo me lamento de mis carencias.
Y hoy me río de mi misma cuando contemplo 
todo el amor con el que 
la belleza de alrededor me acaricia el corazón,
mientras sus canciones se entremezclan con 
sonidos de otros tiempos, 
sonidos que recuerdan un latir. 

Y hoy tras un siglo o dos, 
sigo sintiendo el mismo cosquilleo en el alma
por ese nuevo amor, primero,
que nunca regresará aunque no se va, 
aunque él ya no sea él.


No hay comentarios:

Publicar un comentario