un instante minúsculo previo al beso,
en el que, con el leve roce labio a labio,
confundimos nuestro espacio
y el suelo tiembla bajo nuestros pies descalzos.
Existe ese momento,
al que confundimos con el amor mismo,
y pasamos la vida embriagados,
buscando ciegamente a quien nos haga revivirlo.
Existe un alma, que se figura desamparada y sola.
¡Ay, amarga soledad!,
que nos obliga a pasar la vida prendidos a ese instante,
adictos a apenas un segundo.
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